La lengua, dice Myriam Moscona (Ciudad de México, 1955), es como una llave maestra: “Es una llave única que abre y te da el acceso a entrar a toda una enorme casa, que en realidad es parte de un nivel continuo. Perder esa llave es perder mucho más allá de todo el sistema de palabras. No nada más se pierde el vocabulario o una forma de llamar al fuego o de llamar al hielo, a la nieve…”.
“Es un sistema muy complejo, perder esa llave es tan triste como perder una especie animal, son especies únicas. Nos toca cuidar lo que tenemos, más en México que somos testigos de cuántas variantes de lenguas se han perdido. Y la lengua evoluciona, tiene que reinventarse, una lengua sin evolución es una lengua muerta”, advierte.
Toda su vida, Moscona ha vivido íntimamente ligada a la lengua y no solo porque la palabra es su herramienta principal como poeta, novelista y traductora. Hija de judíos sefardíes nacidos en Bulgaria que emigraron a México huyendo de la ruina que significó la Segunda Guerra Mundial, sus tiernos oídos de recién nacida fueron madurando escuchando el búlgaro que hablaban sus padres y el judeoespañol o ladino de sus abuelas.
“Mis abuelas hablaban esa lengua, pero yo no, yo hablaba la lengua del país donde nací, que es México, fui la primera, la primera de toda esa cadena de migrantes en haber nacido acá, de hecho, mi hermano nació en el camino (en Bahamas). Yo la oí y la olvidé, permaneció viva solo en algunas expresiones que de manera cómplice intercambiaba con mi hermano”, cuenta.
En el origen está la palabra y Moscona debió viajar para reencontrarse con sus raíces. Eso acabó siendo “Tela de sevoya”, novela que en 2012 le mereció el Premio Xavier Villaurrutia y que ahora reedita Tusquets. En el libro, la protagonista viaja a Bulgaria en busca de los últimos hablantes del Ladino, la lengua en la que comenzaron a comunicarse los judíos a finales del siglo XV cuando fueron expulsados de España
Más de una década después, la autora recuerda las circunstancias en las que nació la novela. Su madre había fallecido tres décadas atrás y ella decidió hacer un viaje a Bulgaria, a donde sus padres nunca habían regresado: “Desde México había conseguido algunas cintas, unas entrevistas con los últimos hablantes del ladino; yo había investigado que en Sofía, la capital de Bulgaria, gente muy mayor se reunía para conversar. Yo estuve allí y entonces me di cuenta de la amenaza absoluta en la que estaba esa expresión del castellano del siglo XV”.
En principio, Moscona postuló en la Fundación Guggenheim un proyecto para escribir un libro de poesía en judeoespañol, pero el destino tenía una jugada. “Lo vuelvo a decir con la misma emoción, de alguna manera yo sentí como en las Olimpiadas cuando pasan el fuego de un ciclo a otro, de las distintas generaciones de deportistas, así sentía yo que había puesto en mis manos ese fuego encendido que se estaba apagando”. El fuego era la lengua, la de sus ancestros.
La escritura del libro acabó siendo una novedad para la misma autora. “No sabía que iba a mezclar tantos géneros, porque ahí está la memoria de infancia, los diarios de viaje, poemas que se van repitiendo, diálogos, hasta entrevistas. Toda esta especie de inundación de géneros es algo que en ese momento de mi escritura no se me veía tanto y, sobre todo, nunca me esperé que el libro tuviera una recepción tan fabulosa de parte de los lectores y de las lectoras. Cada semana, cada semana, y eso fue durante años y hasta ahora, tenía testimonios de lectura”, recuerda.
- -Además de la reedición de Tela de sevoya en México, la novela estrena versión en francés.
- -Además es autora de "Negro marfil", "Último jardín" y "León de Lidia",
- -Moscona acaba de terminar un poemario sobre lo que significó perder su casa con los sismos de 2017
PAL