Acceso Libre

Nuestra banda sonora

Lo que antes se presentaba como una forma de resistencia o denuncia, hoy se ha transformado en una glorificación del crimen. Los narcocorridos

Nuestra banda sonora
Carlos Zúñiga Pérez / Acceso Libre / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

La narcocultura en México ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en una normalidad que atraviesa cada rincón de la sociedad. Desde los pasillos de la música, el entretenimiento y la moda, hasta la vida cotidiana, la delincuencia ha logrado infiltrarse para formar las aspiraciones de generaciones enteras. Lo más alarmante no es solo su presencia, sino cómo hemos llegado a tolerarla y celebrarla.

Lo que antes se presentaba como una forma de resistencia o denuncia, hoy se ha transformado en una glorificación del crimen. Los narcocorridos, que antaño narraban historias de hazañas delincuenciales, lucha y sobrevivencia, hoy vanaglorian la riqueza ilícita, el poder, los lujos excesos, pero sobre todo la impunidad de los cárteles. Somos testigos de cómo artistas, cantantes e influencers, sin empacho, hablan abiertamente de sus padrinos y benefactores, cantan por encargo, comunican y mandan mensajes, manejan los códigos del crimen y se benefician del blanqueo de capitales

¿Qué nos dice esto sobre el Estado mexicano y su incapacidad para ofrecer alternativas viables de movilidad social? La respuesta es clara: hemos fallado como sociedad.

La realidad es que la narcocultura no sólo glorifica el crimen, sino que lo normaliza. Millones de jóvenes, especialmente aquellos de sectores marginados, ven en los narcotraficantes no solo a figuras de poder, sino a modelos a seguir. En un país donde la violencia es la respuesta natural a los conflictos, el narco se ha erigido como el “héroe” de una historia que, por más macabra que sea, sigue siendo contada a través de las redes sociales, la música y las narcoseries. Desde la banalización de la muerte hasta la trivialización de la violencia, el crimen organizado ha logrado imponerse como la referencia de lo que significa “tener éxito” en México.

 La presencia de figuras como “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, en la cultura popular es solo la punta del iceberg. Artistas que se jactan de sus conexiones con los carteles o que incluyen en sus canciones referencias directas a los líderes del crimen organizado, son recibidos con euforia y celebrados por miles de seguidores. Las redes sociales se han convertido en el campo de cultivo ideal para la propagación de esta ideología. Un “like” o un “follow” no es solo una muestra de apoyo; es una validación de la cultura del narco. Las canciones que glorifican el asesinato, el tráfico de drogas y la violencia, lejos de ser combatidas, se viralizan y se posicionan como himnos de una juventud desilusionada y a veces extraviada.

El problema no es solo que la narcocultura esté arraigada en los sectores más vulnerables, sino que ha permeado todos los estratos de la sociedad. En 2018, el asesinato de “El Pirata de Culiacán”, un joven youtuber que se había hecho famoso por sus publicaciones mostrando su vida de excesos, no fue solo una tragedia personal. Fue una manifestación de lo que sucede cuando un sistema falla en ofrecer otras opciones a sus jóvenes. Su muerte, vinculada directamente al crimen organizado, reflejó el vacío en el que han caído muchas de las promesas de este país.

Lo peor de todo es que, en muchos casos, la sociedad misma se ha convertido en cómplice. La apología del narco se ha disfrazado de arte, de moda, de entretenimiento, y a fuerza de repetirlo, lo hemos aceptado como parte de nuestra identidad.

Recientemente, la presidenta, Claudia Sheinbaum, se pronunció sobre el tema de los narcocorridos, dejando claro que no está a favor de su prohibición. Sin embargo, reconoció que ya no se puede tolerar que sigan perpetuándose sin ningún tipo de regulación o control. Su postura refleja una realidad incómoda: la narcocultura está tan arraigada Esto no es solo un tema de prohibir canciones; es una cuestión de erradicar las causas profundas que permiten que el crimen sea visto como una forma aceptable de poder y éxito.

POR CARLOS ZÚÑIGA PÉREZ

COLABORADOR

@carloszup

MAAZ

 

Temas
OSZAR »