La primera escena, efectivamente, despierta los peores impulsos. Prepotentes, cobardes, un padre y un hijo golpean con brutalidad a un vendedor que, por lo que sabemos, cometió el pecado de instalarse en el pedazo de banqueta que los dos energúmenos consideran de su propiedad. Cómo se atreve a quitarnos la sombrita, dicen que fue el razonamiento. La cosa es que el chico termina inconsciente en el piso, luego de una caída en peso muerto que le cuesta un golpazo en la cabeza.
La segunda escena muestra una casa y un coche en llamas, en camino de quedar reducidos a cenizas. Viralizado el video de la paliza, los vecinos y otros vendedores deciden incendiar el coche y la casa de los agresores, que a esas alturas andan ya prófugos, perseguidos por la policía.
La historia nos recuerda la cantidad de cosas que están mal en este país, y en este caso no con los servidores públicos, sino con el ciudadano de a pie. Mal la tendencia mexicanísima a apropiarse de los espacios comunes, fundamentalmente de las calles. Lo normal es que, sin más, tu vecino ponga unas cubetas o algo parecido frente a su casa, con la idea de que su propiedad se extiende hasta donde lo considere apetecible, porque qué hueva caminar dos cuadras hasta tu coche, y no hasta donde llegan sus títulos de propiedad, que es la puerta.
Pero la misma lógica es la que aplican los ambulantes que se apoderan de las banquetas y la luz que pagamos todos, o los restauranteros gandallas en ciertas colonias chilangas, esos que se pepenan sin permisos, o con mordidas, las banquetas enteras.
Mal los dos golpeadores, otra reacción muy mexicana. De veras, hay que tener una calidad moral ínfima para golpear a una persona de ese modo, dos contra uno, cuando no puede defenderse, sin mencionar el hecho de que lo dejaron tirado en el piso. A propósito, la madre y esposa de estos sujetos también anda por ahí, para lo que se ofrezca.
Y mal, sobre todo, ese espíritu linchador tan extendido en nuestro país (muy oportuna y muy documentadamente expuesto por Pablo Majluf en un libro reciente, “El pueblo bueno y sabio”, publicado por Aguilar). La reacción de la turba, eso de incendiar la casa y el coche de los dos golpeadores ya prófugos y perseguidos por la policía, es de entenderse que a falta de dos cuerpos que matar justicieramente a golpes, quemados o atados a un poste, es muy similar a los que vemos casi todas las semanas, en casi todas partes: el linchamiento.
Se dice que es producto de la impunidad. Es cierto, en parte. Pero hay otras muchas causas, más profundas, de larga data, y además una extendida tolerancia oficial y social, incluso complicidad, con los exabruptos asesinos de la turba.
Ojalá que haya cárcel para todos, linchadores y golpeadores, pero de veras hay algo podrido en, diría el expresidente, Dinamarca.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ