Tan sólo con mencionar el título se anticipa una atmósfera asfixiante con un zumbido que aturde al lector debido a una carrera sin sentido, una incertidumbre que corta el aire y una impotencia frente a una burocracia judicial incomprensible. Por supuesto, me refiero a la novela –póstuma– El proceso de Franz Kafka, publicada hace cien años, en 1925.
El laberinto en que han metido al país con la reforma judicial –próxima a concretar la fase electoral– desprende visos de darle realidad a la pesadilla kafkiana descrita en El proceso.
Dejemos de lado los antecedentes, las razones supuestamente democráticas que sustentan esa aparatosidad y los traspiés interminables por los que ha atravesado hasta el momento. Es una realidad y eso nadie lo discute. Sin embargo, cabe la reflexión de lo que viene tras la elección. ¿Qué clase de poderes judiciales vamos a tener? ¿Qué niveles de personas juzgadoras habrán de ocupar los sitiales de la justicia?
Por supuesto que deseo que, a pesar de todo, quienes configuren los nuevos juzgados y tribunales resarzan los defectos de la reforma y cumplan las expectativas de una sociedad hambrienta de justicia. Pero la realidad ofrece diversos escenarios nada difíciles de concretarse. Por ejemplo, pensemos en el protagonista de la historia de Kafka, me refiero a Josef K. un empleado bancario con un futuro prometedor, y que una mañana –sin avisos, ni notificaciones de por medio– es arrestado y debe seguir un proceso judicial.
El inicio de por sí es desconcertante: Josef no sabe las razones de la detención, ignora quién lo acusa y cuál fue la conducta que infringió quién sabe qué ley. El resto de la historia es una pesadumbre que se hace más densa conforme se avanza en la lectura: una barrera burocrática que entre mayor es la jerarquía más difícil es el acceso; sedes tribunalicias en áticos infectos; oídos sordos al reclamo más elemental de justicia; y, finalmente, la ejecución de una condena resultado de un proceso surrealista.
Tal vez, entre las peores cosas de esta denuncia novelada es que Josef K. termina haciéndose cargo de una especie de culpa por resignación de haber hecho algo ilegal, lo que sea que haya sido, por simple desgaste.
Todo esto que es ficción novelada pudiera ser el reflejo de una realidad futura si quienes asuman las nuevas responsabilidades jurisdiccionales van a primar la política y no la justicia. Deberán sacudirse la polvareda de las elecciones y sin importar las promesas de campaña, sólo deberán guiarse objetivamente por el derecho y el criterio de justicia.
Y si va a haber una pesadilla que sea el actuar independiente de las personas juzgadoras, y que quienes la padezcan sean los autoritarios en la peor forma imaginada por Franz Kafka.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA
EEZ