En una de sus primeras intervenciones como nuevo Pontífice de la Iglesia católica, León XIV explicó por qué ha elegido este peculiar nombre: “Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica ‘Rerum novarum’, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo” (10 de mayo 2025).
En efecto, en las ciencias sociales se ha vuelto un lugar común, no exento de debates, la caracterización de “cuatro revoluciones industriales”: la primera está definida por el tránsito de la producción manual a la mecanizada, tal y como se dio entre 1760 y 1830.
La segunda por la electricidad, que permitió la producción en masa y las líneas de ensamblaje. La tercera, se dio con la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones. La cuarta revolución sería el momento en el que de manera deliberada se busca la convergencia de muy diversas tecnologías no sólo relacionadas con computadoras convencionales, sino con robótica, nanotecnología, ingeniería genética, inteligencia artificial, computación en la nube, y otras más.
Uno de los aspectos más decisivos de este nuevo momento se puede observar en la disolución gradual de fronteras entre el mundo digital y el mundo físico. Uno de los desarrollos más anunciados es la llamada “computación espacial”, en otras palabras, la búsqueda de dispositivos que vinculen la inteligencia artificial con el mundo real en el que habitamos. Los sistemas del futuro próximo necesitan de datos como la profundidad, el movimiento, el reconocimiento de objetos y el mapeo del entorno para poder ser pertinentes.
Toda esta tecnología, que el usuario común apenas comienza a imaginar, de inmediato abre un desafío ético social. ¿Cómo debemos de interactuar con máquinas que actúan con una relativa autonomía y que no dependen en sus comportamientos de la intervención humana directa? ¿Cómo debemos regular sus ámbitos de acción para que la dignidad humana no se coloque en riesgo? ¿Qué implicaciones morales tiene un ingeniero que pone en operación a un sistema que aprende por sí mismo y que eventualmente define autarquicamente su conducta? ¿Cómo debemos afrontar el eventual desplazamiento laboral generado por la irrupción de tecnologías que sustituyen dramáticamente la fuerza laboral humana por sistemas automatizados?
Estas y otras cuestiones, nos obligan a pensar en una ética social a la altura del desafío contemporáneo. Una nueva revolución industrial está en marcha al interior de sociedades altamente tensionadas y con profundas inequidades que se pueden ampliar. Más aún, un nuevo proteccionismo se siembra como criterio para el nuevo reordenamiento global. Este panorama hace más urgente que nunca una nueva responsabilidad de todos con todos, en la dirección señalada por las Encíclicas “Fratelli tutti” y “Laudato si’”.
A este respecto es importante que no sólo la Iglesia no llegue tarde a estas cuestiones, sino que todos como sociedad entendamos que nuevas formas de cooperación solidaria serán requeridas para que los avances tecnológicos estén acompañados también por auténticos avances en la conciencia moral de la humanidad.
Rodrigo Guerra López, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina
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