Esta semana, la guerra en Ucrania dejó de escucharse solo en el frente. Comenzó a resonar en los pasillos del Vaticano, en las redes de Trump… y en el teléfono de Putin. Porque sí: Trump ya habló con Putin. No como líder de una coalición, ni en nombre de Occidente.
Lo hizo como lo ha hecho todo desde que regresó al poder: solo, directo, y sin pedir permiso. No fue la ONU. No fue Bruselas. Fue Trump. Y la noticia no salió en cables diplomáticos, sino en portales virales. Desde hace tiempo, viene coqueteando con el rol de pacificador global.
Lo insinuó en Medio Oriente, lo teatralizó con Corea del Norte, y ahora se lanza sobre el conflicto más simbólico del siglo: la guerra entre Rusia y Ucrania. Pero lo importante no es la llamada. Es el decorado. El Vaticano ha sido propuesto como sede para una posible negociación de paz.
Y no es casualidad. Durante el funeral del Papa Francisco, Trump y Zelenskyy cruzaron palabras en una escena que parecía escrita por Shakespeare: un presidente sitiado, otro acosado por la historia, ambos flanqueados por sotanas, cámaras y silencio estratégico. Ningún foro internacional logró tanto simbolismo en tan pocos minutos. Pero usar al Vaticano no es un gesto espiritual.
Es una jugada geopolítica. Trump quiere mediar al margen del sistema, con audiencia global y sin diplomáticos de por medio. Y el Vaticano, al ofrecer el escenario, vuelve a su viejo rol: el del actor neutral que no dispara, pero mueve fichas. Y mientras el mundo ensaya nuevas coreografías de poder, hay quienes ni siquiera entran a escena.
Ni en el funeral del Papa, ni en la primera misa del nuevo pontífice —León XIV— hubo presencia significativa del Estado mexicano. Solo una carta, entregada discretamente por la secretaria de Gobernación, invitando al Papa a visitar nuestro país. Una carta sin voz, sin marco, sin postura.
Como si la política exterior fuera un trámite más. Porque México no se da cuenta de lo que es. Ni de lo que deja de ser cuando no está. La pregunta, entonces, no es si Trump logrará un alto al fuego. La pregunta es: ¿qué legitimamos si lo logra? Un sistema donde las guerras se negocian en funerales.
Donde la paz ya no es un proceso… es un espectáculo. Y donde el poder no necesita consensos, solo cámaras. Porque en esta nueva era, el liderazgo no se construye con tratados, sino con gestos que parezcan historia.
Y la diplomacia ya no se mide en resultados, sino en rating. ? Cuando la paz se convierte en puesta en escena, no se firma con tinta. Se firma con audiencia. Y en este nuevo teatro internacional, la autoridad no se hereda… se actúa El último en salir, apague la luz.
POR STEPHANIE HENARO CANALES
COLABORADORA
@StephanieHenaro
MAAZ